Sergio trabaja de operario en una empresa muy importante
pero su salario aún no le permitió tomar decisiones ni ocupar un lugar en el
espacio.
A veces, cuando cobra, la invita a Belén a comer en el Gigante,
un bodegón de la peatonal en el que se
siente cómodo porque parece reservado para que vayan todos. Y ahí nadie lo mira mal
ni el mozo pone el billete a la luz para verificarlo. No como en la joyería a
la que entró buscando un dije, una B enchapada, y el policía lo invitó a
retirarse porque ya estaban cerrando.
La semana pasada comentaba su deseo de pedir aumento para terminarse
la pieza en el fondo y ayer lo hizo ante el capataz. Luego lo llamó el Dr. Germán
y le explica que esta no es época de aumento, que hay crisis, que la empresa no anda tan bien
como dicen, que no es fácil ser dueño porque se sufre mucho cuando a los
empleados no se los puede poner en blanco, porque para llegar a ser dueño hay
laburar mucho, todo el día, durante años… y que ya le avisará si hay posibilidades para un vale extra./-Un
mate, amigo?/-No, Dr. , gracias.
Después de unos minutos (que para él fueron larguísimos)
salió de la oficina más que satisfecho. Después de ocho años de trabajar allí
era la primera vez que el dueño le regalaba una entrevista y un colmo de
confianza. El rubio (que era castaño) le había ofrecido tomar de su misma
bombilla y le dio la mano sin importarle que estuvieran sucias. No era un jefe
más, era un jefe que lo trataba de igual a igual.; que lo llamó amigo…
Y eso, para Sergio, vale más que mil salarios. La pieza y su
vida pueden esperar.