Conocí a Blanca Marini en una fábrica donde ella se
desempañaba como jefa de planta. Por entonces ya tenía unos cincuenta años y se
la nombraba por su soltería.
A ella, poco parecía importarle que aquellas muchachas
conformistas la mirasen con pena por su falta de hombre. Pues, para Blanca, la
paciencia y el rigor selectivo se le imponían como virtudes fundamentales y
esperaba desde la adolescencia al caballero adecuado y pertinente para dar el
sí.
La china Basualdo se
burlaba y decía que a la autoritaria no se le acercaba nadie y que tenía
noticias de un Juárez de la sucursal que la llevó al cine y huyó desesperado
buscando cualquier aire de la calle.
Pero una noche, mientras dormía, Zeus visitó a la jefa que, desprevenida, se entregó sin más a su
colega que la amó perfectamente como sólo un dios lo hace.
Luego despertó inquieta y perturbada. Recordaba una lengua
suave y una mano en el lugar exacto.
Días más tarde, en un café, aceptó la invitación de un
pelado mal entrazado que le resultó humano, no demasiado sino bien humano...
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