Hay que tener paciencia para
escuchar a Roberto. Quizás, los más de treinta años de amistad funcionen como
antígeno, pero juro que algunas veces, cuando ni la audición flotante lo
permite, quiero mandarlo al carajo.
Él mismo sabe que sus
contradicciones son evidentes y marcadas, pero juega a que las dicotomías no
son tales y se empeña en ensayar una personalidad lineal, metódica y
conservada.
Suele cambiar de opinión en minutos,
pero con ardides simula que ambos pensamientos son complementarios. Por eso,
este hombre palimpsesto, muestra horrores y maravillas cuando se lo rasca un
poco.
Una vez, se refutó a sí mismo
cuatro veces consecutivas (en el lapso de una hora) con dispares argumentos que dejaron a sus
interlocutores en pelotas.
Sin ir más lejos, abandonó el
tenis por tratarse de un deporte solitario por lo que ahora se lo ve a diario,
en el club, jugando al frontón sin nada más que él, su paleta, la pelota y una pared.
Pero, a ver… en este instante lo tengo
frente a mí. Parece convencido. No se retracta de soslayo como hace siempre.
Confirma. Sostiene. Parece un tipo libre. Parece enamorado.
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