Con menos albedrío que un pez fuera del agua , Alejo Tamargo, reunió la calderilla para reventar de un saque todo su poder decisional ; se acercó a la fuente y arrojó el mísero puñado de monedas apostándolas todas al mismo deseo: no fallar.
Impasible, caminó luego hasta la casa de la Torres y se procuró un servicio completo que no pagó.