UNA APELACIÓN A LO FICCIONAL CUANDO HABLAR "DERECHO VIEJO" SE IMPONE COMO OBSTÁCULO.
9 nov 2013
PULIDA o Historia de la mujer que se enamoraba de fanáticos de su profesión
Supongo que Clelia era una persona común, normal, como tantas otras que habitan la Tierra. Un poco permeable, sí, pero consolidada en sus trazos más notorios. Por eso, hasta sus veinte años se la veía con esperanzas en un futuro clásico de mujer casada que tocaría el piano en alguna orquesta.
Sin embargo, la serie inaugurada por Carlitos cambió un poco el horizonte y hoy no le pega ni a una nota.
Él era licenciado en Letras y la corregía bastante en el uso de verbos. "Usás mal el condicional. Vos dijiste SI ME GANARÍA LA QUINIELA ME COMPRARÍA EL AUTO pero no es así, se dice SI ME GANASE (O GANARA) LA QUINIELA ME COMPRARÍA EL AUTO, ¿entendés? Y el problema es que Clelia no entendía y usaba mucho la frase "¿Querés que vamos?" y le agregaba enes a los imperativos. El profe trataba de ayudarla para que hable bien y le dedicaba gran parte del sábado a ensayar desinencias. Entonces Clelia se sintió abrumada porque Carlitos siempre le ponía un cinco y le daba tarea; dio por concluída la relación y luego aceptó un café con Fabio, el profesor de Educación Física que rápidamente se convirtió en su personal trainer. "Así, así, vamos, más rápido... hasta doscientos" repetía el novio los domingos en el parque. "Bueno, basta, ahora tomate unos matecitos, mirá qué linda tarde, pero ojo, hacé los abdominales mañana, antes de ir al laburo".
Por esa época, Clelia había logrado un cuerpo fantástico y se la notaba muy a gusto pero el novio insistía con que le faltaba ganar velocidad y que eso se obtenía con más entrenamiento y bueno, si tenía que dejar de hacer horas extras que las dejara.
Finalmente, dos años lindísimos de relación terminaron el día en que Fabio le prescribió una dieta sin harinas y ella salió corriendo.
Mas, por el 90, conoció al arquitecto Silva y se enamoró porque él la quería así, como era ella, y encima la ayudaba con las refacciones de la casa en ruinas que le había dejado su padre. "¿Falta mucho para terminar?" preguntaba Clelia. "Sí, esta mancha de humedad no me gusta nada... creo que hay que romper y ver el tema de las cañerías...". La casa parecía estar en muy mejoradas condiciones pero a Silva no le alcanzaba con eso y le sugirió demolerla. "Mirá este plano que te hice..."
La vivienda no se tocó más y el noviazgo se interrumpió abruptamente aunque, de lejos, la vida de Clelia parecía adquirir cierta prolijidad. La notábamos bien hablada, bonita y muy feliz con su nuevo líving. Evidentemente, cada vínculo de amor le dejaba algo, y algo bueno, algo como un pulido que quitaba lo que sobraba o estorbaba.
Después del arquitecto y un duelo conflictivo de dos años, a Clelia le presentaron un flaco muy copado. "¿Te gusta el doctorcito, Cleli?" "Sí, me encanta!" .
Podría decirse que con Dante las cosas iban de maravillas y hasta planificaron una boda para fines de julio. "Che, ¿qué te parece si te operás esos lunares antes del casamiento? Y tomá, hacete estos análisis que son completísimos y te van a servir para no tener complicaciones en la luna de miel."
Clelia, hablaba como un libro antiguo y usaba gran parte del día para hacer ejercicios físicos o cambiar el piso de la casa, pero era obediente, dócil y se hizo un tiempito para ir al laboratorio en ayunas y con la primera orina de la mañana.
"Mi amor, no te quiero asustar pero la glucemia te salió muy alta, vas a tener que aflojar con el azúcar". Así que mi compañera, durante los recreos, empezó a ofrecer mates con edulcorente y, ante el rechazo de todos, optó por quedarse solita en la sala de música con el termo ligth y su teclado.
Yo no fuí a la iglesia pero sí a la fiesta. Ella estaba hermosa y Dante parecía un caballero español. Quizás por eso me sorprendió que hayan vuelto antes de Bariloche. "Y, esta señorita no hace caso y como le falta vitamina C pescó una gripe y me hizo una fiebre de 40. Ya le dije que si quiere ser mamá va a tener que seguir mis consejos y tomar el ácido fólico".
"¿Qué hacés acá? ¡¿No me digas que estás embarazada?!" le pregunté cuando la encontré en la sala de ecografías. "Nada raro, es Dante que me mandó a hacerme un estudio de partes blandas porque dice que el dolorcito que tengo en el codo es por el piano... No toco más." Después de eso, y de suspender unos conciertos, Clelia se deprimió y tomó la decisión de separarse porque no quería estar con nadie, con nadie...
Pero el amor no se resigna y en el momento más indicado llegó Juanjo, un psicólogo que formaba parte del gabinete escolar.
"Sí, estamos re-bien... él sabe conducirme y hasta dejé la medicación, así que en cualquier momento, cuando salga el divorcio..." "¿Te volvés a casar?!" "Sí, Juanjo es un hombre muy peculiar y hace vértice conmigo. A ambos nos gusta la pintura, viajar..."
La familia de Clelia estaba feliz con el nuevo integrante del espectro político, sobre todo porque veían que en ella se había disipado la idea del suicidio y esa negativa constante a hacer cosas lindas como ir de cámping. Eso sí, Juanjo era perfeccionista y no se conformaba con los pequeños pasos que estaba dando su prometida. "Mirá, yo creo que tenés que revisar la relación con tu padre. Eso de remodelar la casa que te dejó de una manera rotunda y constante dice algo. Porque el Edipo, en la mujer, no se resuelve de un día para el otro como en los hombres... es un trabajo de años y esa identificación exagerada que tenés con tu hermano es casi tan preocupante como tu personalidad hipocondríaca... Además, te pasás el día haciendo gimnasia... te resistís a comer pan ¡pan! ¡como si el pan fuese un monstruo!... No, no hay que meter la basura debajo de la alfombra... hay que hacer que el Deseo salga a luz, hay que nombrarlo porque esa forma de hablar tan barroca es un significante importante... ¿Entendés?"
Y Clelia no entendió nada, y le pidió que se vaya, y llamó a su prima y le suplicó que la ayude y entonces la internaron en una clínica de salud mental donde, según las enfermeras, Clelia parecía muda y sólo abría la boca para comer verduras sin aceite, para señalar un mosaico roto, para decir que le dolía todo y para repetir la misma pregunta de siempre: "¿Yoquiénsoy?"
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