Un hombre condenado a guardar silencio se precipitó una tarde con la marca de un semilunio antiguo que lo dejó incompleto y rasgado. Un tasquil de su corazón hecho piedra saltó mientras pasaba.
Los niños correteaban tras él y se burlaban de su andar cansino, pero Miguel Azcurra, como un fantasma que huye de su cuerpo, apenas procuró eludirlos para continuar hasta la capilla.
Una vez en el recinto sagrado, se arrodilló y le habló al cristo del altar con su mirada de mayos equivocados y primaveras frigoríficas.
No sé qué peticiones o agradecimientos lo llevaron al lugar, sin embargo era evidente la exhibición de un largo viaje en la forma con la que se desplomó al salir.
Doña Eva, puntual como siempre , estaba allí y lo socorrió con aspavientos y perfumes que llevaba en su talega. Es notable cómo el ritual de asistencia a los desmayados resulta efectivo aún en los casos más severos. Bien podría afirmarse que las palmadas se trocaron en caricias y el placebo fue celebrado con el orgullo de la rescatista.
Quiero decir que el hombre se despertó sonriendo y se aferró a los brazos de la mujer… pero no, sucedió que ambos se fascinaron simultáneamente y transcurrieron largos segundos contemplándose mientras los fielísimos los observaban con estupor.
Había que salvar a la viuda de Molinas que parecía entregada a un forastero de dudosa procedencia.
Quiero decir que ambos se fascinaron, pero había que salvar a la viuda.
Garuaba, me ajusté la corbata y, en tanto revisaba la condición de mi traje, la di por perdida y entré a rezar; pero los decididos hermanos de fe fueron quienes le devolvieron el negro crespón y la separaron con firmeza antes de que una trampa de la solitud pudiese enredarla en amores impertinentes.
Azcurra se incorporó, saludó con gratitud a la dama y se despidió con una reverencia. Luego, los prójimos comulgaron y se retiraron satisfechos por el deber cumplido.
Quiero decir que Azcurra saludó con gratitud a la dama, pero gracias a Dios , sus ojos fueron tapados por las santas manos de una devota que le impidieron a Eva recibir el gesto del advenedizo.
Más tarde, la noche coronó el reparto de misericordias y esa huella de la inquietud se clavó hasta el fondo en la memoria de la Canteros viuda De Molinas, quien olvidando a su difunto esposo desapareció para buscar al peregrino.
Aún no ha regresado. Testigos de prolija consistencia aseguran que la han visto pasear con Juan Perro por las calles de un poblado. No obstante, un joven refiere que se ha cruzado con ella y el tal Azcurra en unos parques de Santa Elena.
Hay, entre los vecinos, ahogos de fonemas y atragantados de rabia. Quiero decir que hay silencios afilados como dagas.
Quiero decir que prefiero aceptar las cosas como son, hay demasiadas erres que se mezclan y renuncio rotundamente a llamar Juan Perro a Don Azcurra .
. Quiero decir, que los dos se lleven sus nombres a cuestas, el que quieran, que pronto me iré ladrando el mutismo que me devora .
Quiero decir que yo también amo a alguien.
La Vane
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