Para una especie rara de
melancólicos que prefieren que
todo sea El pasado (que es lo más
conservador y estático) en la creencia
de que sin las presiones de
"lo porvenir", se salvan de algo que
se llama vivir.
Se declaró anciano para dedicarse
a la vida contemplativa sin las coerciones de los haceres que impone la
juventud.
Hilario Fuentes multiplicó por
cuatro sus veinte años y festejó a puro
brindis en compañía de los amigos, quienes aplaudieron la ocurrencia sin
preguntas ni objeciones.
Luego, al rito de iniciación en la
tercera edad (consistente en la lectura de
una proclama titulada “Apología de la vejez”) le siguieron agradecimientos y
consideraciones finales del muchacho que
se despedía sin reparar en el ánimo
jocoso que creían advertir los oyentes.
Sin embargo, Fuentes hablaba,
decía y escribía “en serio”. Con la copa en su mano distribuyó el manifiesto
como una arenga, exhibiendo el displacer que le generaba su ya próxima solitud
(si efectivamente como parecía, nadie habría de sumarse a la convocatoria).
El bar cerró las puertas, el joven, un ciclo y los
acompañantes la no aceptación de incorporarse a las lides contra el tiempo.
Entonces caminó por la rambla para
agotar la noche y se inscribió como asistente de un nuevo amanecer con sol
rasgado por las nubes y templado con el viento.
Presuroso ante la inminencia, se
acomodó en la escollera con total permeabilidad. Las olas rompían en sus pies y
después se retractaban llevando consigo la tibieza de la piel desnuda.
Las primaveras suelen traer más
que flores. A veces, sin que nadie lo note, se inunda la playa con urgencias
de verano y aparecen las primeras almas que a nado inauguran los períodos de
cosecha, empujando al frío para que se vaya con la música a otra parte.
Al alba, el estreno de geronte
observó que la espuma se movía lenta, unos metros más a la izquierda.
La delicada mujer, de insinuantes
alcobas deliciosas, era apenas una adolescente. Su conducta lúdica evidenciaba
que no estaba allí entrenándose para una competencia sino que disfrutaba de la energía del agua
con el placer en ascuas y el deseo pleno, desmadrado e ingenuo.
Con denuedo, Hilario silbó y la
chica se le acercó espontáneamente. Sé que estuvieron largo rato dialogando
hasta que la luz se puso vertical y ella se marchó.
No ha transcurrido mucho tiempo
desde aquel encuentro, pero él permanece ahora tras la ventana evocando ese romance pretérito, fugaz e imposible que lo
dejó fuera de juego. Se repite a sí
mismo que para el amor no hay edad, pero es tan conservador que la
diferencia lo perturba (“la multiplicación ya está hecha”, se dijo, “cuatro por
veinte… ochenta”). Entonces prefiere renunciar antes que transgredir las reglas
de la naturaleza. “Es muy joven para mí, y ya me manifesté. Ya no soy dueño
del tiempo…”
Hace un instante me comentó que la Sra. Inés Villar, viuda
de Morantes, jubilada, ex Directora de
la escuela Del Valle, se le ocurre pertinente.