8 mar 2012

Hilario Fuentes, un hombre consecuente.


                                  Para una especie rara de 
melancólicos que prefieren que
 todo sea El pasado (que es lo más 
conservador y estático) en la creencia 
de que sin las presiones de 
"lo porvenir", se salvan de algo que 
se llama vivir.



Se declaró anciano para dedicarse a la vida contemplativa sin las coerciones de los haceres que impone la juventud.
Hilario Fuentes multiplicó por cuatro sus veinte años y festejó a puro brindis en compañía de los amigos, quienes aplaudieron la ocurrencia sin preguntas ni objeciones.
Luego, al rito de iniciación en la tercera edad (consistente en  la lectura de una proclama titulada “Apología de la vejez”) le siguieron agradecimientos y consideraciones finales del muchacho que se despedía sin reparar en el ánimo jocoso que creían advertir los oyentes.
Sin embargo, Fuentes hablaba, decía y escribía “en serio”. Con la copa en su mano distribuyó el manifiesto como una arenga, exhibiendo el displacer que le generaba su ya próxima solitud (si efectivamente como parecía, nadie habría de sumarse a la convocatoria).
El bar cerró las  puertas, el joven, un ciclo y los acompañantes la no aceptación de incorporarse a las lides contra el tiempo.
Entonces caminó por la rambla para agotar la noche y se inscribió como asistente de un nuevo amanecer con sol rasgado por las nubes y templado con el viento.
Presuroso ante la inminencia, se acomodó en la escollera con total permeabilidad. Las olas rompían en sus pies y después se retractaban llevando consigo la tibieza de la piel desnuda.
Las primaveras suelen traer más que flores. A veces, sin que nadie lo note, se inunda la playa con urgencias de verano y aparecen las primeras almas que a nado inauguran los períodos de cosecha, empujando al frío para que se vaya con la música a otra parte.
Al alba, el estreno de geronte observó que la espuma se movía lenta, unos metros más a la izquierda.
La delicada mujer, de insinuantes alcobas deliciosas, era apenas una adolescente. Su conducta lúdica evidenciaba que no estaba allí entrenándose para una competencia sino que disfrutaba de la energía del agua con el placer en ascuas y el deseo pleno, desmadrado e ingenuo.
Con denuedo, Hilario silbó y la chica se le acercó espontáneamente. Sé que estuvieron largo rato dialogando hasta que la luz se puso vertical y ella se marchó.
No ha transcurrido mucho tiempo desde aquel encuentro, pero él permanece ahora tras la ventana evocando ese  romance pretérito, fugaz e imposible que lo dejó fuera de juego. Se repite a sí  mismo que para el amor no hay edad, pero es tan conservador que la diferencia lo perturba (“la multiplicación ya está hecha”, se dijo, “cuatro por veinte… ochenta). Entonces prefiere renunciar antes que transgredir las reglas de la naturaleza. “Es muy joven para mí, y ya me manifesté. Ya no soy dueño del tiempo…
 Hace un instante me comentó que la Sra. Inés Villar, viuda de Morantes, jubilada,  ex Directora de la escuela Del Valle, se le ocurre pertinente.

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