Practicaba el
nomadismo de identidades para eludir los recuerdos infernales de la cárcel. Al
mudarse de nombre, no sólo escapaba de la policía sino que la tormenta era de
otro anterior al nuevo él, que continuaba su camino tan liviano como
desconocido.
Cuando llegó
al pueblo, era un turista más, pero al poco
tiempo, este Ulises pop hizo del bar un templo literario al que acudíamos,
religiosamente, todas las noches para oir sus aventuras.
Las anécdotas,
(de escasa densidad), se enrolaban según su voz
en la categoría de novela, y todo parroquiano seguía los capítulos
diarios obviando la sordidez de un
invierno más que frío.
Para mí eran
sólo cuentos. No lo digo de modo despectivo, me refiero a que entendí cada
episodio como un bloque cerrado aunque el relator se empecinase en hilvanarlos (por
medio de una arbitrariedad que el resto no percibía) con el solo objeto de
mantenerlos en vilo y asegurarse las copas mientras los muchachos aguardaban ansiosos el
final que el fulano retrasaba a su antojo.
Lo escruté,
advirtió que lo había pillado y rogó en un parpadeo eterno mi complicidad.
Todo un mes
tuvo a los borrachines en ascuas fascinados con cabos sueltos y digresiones sin
valor. Pero el 28 se ofrecía la última función y hasta las mujeres concurrieron
al recinto miserable para oir el desenlace.
Mas, la silla
central, vacía, conmocionó a los presentes que no tardaron en tejer sus hipótesis.
Juan Perro no vino. Hubo quien le atribuyó características fantasmáticas y otro
que creyó leer en sus incoherencias el código secreto de las nuevas tablas.
Yo sabía
cuáles eran las circunstancias, y le juré callar cuando abordó el micro.
Regresé al
bar y le dije al auditorio que nuestro poeta había sido convocado,con urgencia
y por la comunidad de su lejano país, para liderar una revuelta. Todos
aceptaron el hecho con tal naturalidad que imagino esperaban tales nuevas.
¡Sabía! ¡sabía que no era un nadie! / Yo también lo dije en su oportunidad cuando algunos que no quiero nombrar, lo tildaron de chamullero/ ¿Viste? ¡¿viste?!
¡Sabía! ¡sabía que no era un nadie! / Yo también lo dije en su oportunidad cuando algunos que no quiero nombrar, lo tildaron de chamullero/ ¿Viste? ¡¿viste?!
La noticia de
su posterior detención, unas ciudades más al norte, me llegó a través de un viejo conocido: le unificaron las
causas y el juez le plantó diez años. Pero nadie, nadie se enteró. Esa y otras
noches más, los hombres y mujeres de mi pueblo se clavaron frente a la TV
En esos
reportes, nada se habló de una revuelta, pero acá, en La Rosinda americana,
“pensamos” que las grandes cadenas internacionales ocultan la información más
importante.
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