Al muchacho
este, su abuela le había contado que a los muertos les proyectaban una película de su propia vida “para que reflexionen y
aprendan” y él tomó la metáfora como realidad.
Por eso,
imaginando el purgatorio como una gran sala de cine, se propuso hacer de sus
días algo bueno, compacto y taquillero.
Así, todo
el mundo, o mejor su entorno, presume que el casamiento con la hindú, la
colección de mariposas, la carrera de aviador y la obstinada tarea de musicalizar
“esos momentos” no son otra cosa que un esfuerzo de producción.
Varzotti,
enterado del caso (puesto que el hombre en cuestión era su primo), creyó
conveniente desempolvar una antigua interpretación del eterno retorno:
- A este
chico le metieron en la cabeza que todo se reproduce infinitamente… y en la
creencia de que vivirá siempre los
mismos episodios, se quiere asegurar que parezcan “bonitos”...
-¿Entonces vos decís que va a seguir con sus pelotudeces?
-Yo qué sé… -y tras el mate final de la charla, se
retiró de la casa de su tía pidiéndole que ya no se preocupe por Betito.
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