Quisiera ilustrar cierta pasión, pero si alguien ya lo ha hecho (y tan extraordinariamente bien) cualquier cosa que se intente al respecto no deja de remitir a ese original.
Podría enumerar cien cábalas que se practican en mi entorno. Mery, por ejemplo, si llega a casa mientras juega Central, no puede irse hasta que el partido haya finalizado en virtud de que alguna vez, retirándose en mitad del segundo tiempo, los contrarios dieron vuelta el resultado y nos ganaron.
Del mismo modo, Fabrizzio no puede acompañar al canaYa cuando juega de visitante.
Son renuncias en función del colectivo. Son renuncias que no duelen. Son renuncias que dignifican en tanto su aporte "asegura" la victoria.
Luego de esta introducción, el original: un texto imposible de superar:
19 de diciembre de 1971- Roberto Fontanarrosa-
Sí yo sé que ahora hay quienes
dicen que fuimos unos hijos de puta por lo que hicimos con el viejo Casale,
yo sé. Nunca falta gente así. Pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil.
Pero había que estar esos días en Rosario para entender el fato, mi viejo,
que hablar al pedo ahora habla cualquiera.
Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días anteriores al partido. ¡Y qué te digo “esos días”! ¡Desde semanas antes ya se venía hablando, del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era lo que era la ciudad! Claro, los que ahora hablan son esos turros que después vos los veías por la calle gritando y saltando como unos desgraciados, festejando en pedo a los gritos y después ahora te salen con que son... ¿qué son?... moralistas... ¿De qué se la tiran, hijos de mil putas? Ahora son todos piolas, es muy fácil hablar. Pero si vos vieras lo que era la ciudad en esos días, hermano, prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa en los boliches, en la calle, en cualquier parte. Saltaban chispas, te aseguro. Y la cosa arrancó con el fato de las cábalas. O mejor dicho, de los maleficios.
Hay que entender que no era un
partido cualquiera, hermano, era una final final. Porque si bien era una
semifinal, el que ganaba después venía a jugar a Rosario y le rompía el culo
a cualquiera. Fuera Central como Ñul, acá le hacía la fiesta a cualquiera. ¡Y
cómo estaban los lepra! ¡Eso, eso tendrían que acordarse ahora los que hablan
al reverendo pedo y nos vienen a romper las pelotas con el asunto del viejo
Casale! ¿No se acuerdan esos turros cómo estaban los lepra? ¿No se acuerdan
ahora, mi viejo? Había que aguantarlos porque se corrían una fija, pero una
fija se corrían, hermano, que hasta creo que se pensaban que nos iban a
llenar la canasta. No que sólo nos iban a hacer la colita sino que además nos
iban a meter cinco, en el Monumental y para latelevisión. ¡Pero por qué no se
van a la concha de su madre! ¡Qué mierda nos van a hacer cinco esos
culosroto! ¡Así se la comieron doblada! ¡Qué pija que tienen desde ese día y
no se la pueden sacar!
Pero la verdad, la verdad,
hermano, con una mano en el corazón, que tenían un equipazo, pero un
equipazo, de padre y señor mío.
Hay que reconocerlo. Porque
jugaban que daba gusto, el buen toque y te abrochaban bien abrochado. Estaba
Zanabria, el Marito Zanabria; el Mono Obberti ¡Dios querido, el Mono Obberti,
qué jugador! Silva el que era de Lanús, el albañil ¡Montes! Montes de cinco;
Santamaría el Cucurucho Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo
hay que reconocer, y la lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la
ruta a Buenos Aires, el día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo
no sé de dónde habían salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe,
para ese partido, aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos fueron.
¡Lo que era esa ruta, papito querido! Entonces, oíme, había que recurrir a
cualquier cosa. Hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No
hay tutía. Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que
había que hacer cagar al presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano. Hay
partidos que no se pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos
soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida?
No, mi viejo. Entonces, ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como
cuando tenés un pariente enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí
sos capaz hasta de ir a la iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la
iglesia, no fui a la iglesia porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos,
que si no... te aseguro que me confesaba y todo si servía para algo. Pero con
los muchachos enganchamos con la cuestión de las brujerías, de la ruda macho,
de enterrar un sapo detrás del arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de
los jugadores de Ñubel y de todas esas cosas que siempre se habla. Por
supuesto que todas las brujas del barrio ya estaban laburando en la cosa y
había muñecos con camiseta de Ñubel clavados con alfileres, maldiciones
pedidas por teléfono y hasta mi vieja que no manya mucho del asunto tenía un
pañuelo atado desde hacía como diez días, de ésos de “Pilato, Pilato, si no
gana Central en River no te desato”. Después la vieja decía que habíamos
ganado por ella, pobre vieja, si hubiera sabido lo del viejo Casale, pero yo
le decía que sí para no desilusionarla a la vieja.
Pero todo el fato de la ruda
macho y el sapo de atrás del arco eran, qué sé yo, cosas muy generales, ya
había tipos que lo estaban haciendo y además, el partido era en el Monumental
y no te vas a meter en la pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en
cana con treinta cadenas y no te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me
acuerdo que empezamos con la cosa de las cábalas personales. Porque me
acuerdo que estábamos en el boliche de Pedro y veníamos hablando de eso.
Entonces, por ejemplo, resolvimos que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto
del Dani porque era el auto con el que habíamos ido una vez a La Plata en un
partido contra Estudiantes y que habíamos ganado dos a cero. Yo iba a llevar,
por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos
partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo iba a llevar, era
un gorrito milagroso ese. El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o
sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no
sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y
con eso empatamos.o sea, todo el mundo repasó todas las cábalas posibles como
para ir bien de bien y no dejar ningún detalle suelto. Te digo más, estuvimos
parados en la tribuna en el partido contra Atlanta para pararnos de la misma
manera en el partido contra la lepra el boludo de Michi decía que él había
estado detrás del Valija y el Miguelito porfiaba que el que había estado
detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes del partido,
para que veas cómo venía la mano en esos días. ¿Y sabés qué te lleva a eso,
hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo, hermano, el cagazo, el cagazo
te lleva a hacer cualquier cosa, como lo que hicimos con el viejo Casale.
Porque si llegábamos a perder,
mamita querida, nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que
refugiar en el extranjero, te juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos
a perecer esos refugiados camboyanos que se
tomaron el piro en una balsa. Te juro que si perdíamos nosotros agarrábamos
el “Ciudad de Rosario” y por acá, por el Paraná, nos teníamos que ir todos,
millones de canallas, no sé, a Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su
madre, pero acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los
leprosos putos, mí viejo. Ya el Miguelito había dicho bien claro que él se la
daba, que si perdíamos agarraba un bufo y se volaba la sabiola y te digo que
el Miguelito es capaz de eso y mucho más porque es loco el Miguelito, así que
había que creerle. O hacerse puto, no sé quién había comentado la posibilidad
de hacerse trolo y a otra cosa mariposa, darle a las plumas y salir vestido
de loca por Pellegrini y no volver nunca más a la casa. Pero, te digo, nadie
quería ni siquiera sentir hablar de esa Posibilidad. Ni se nombraba la
palabra “derrota”.
Era como cuando se habla del
cáncer, hermano. Vos ves que por ahí te dicen “la papa”, o “tiene otra cosa”,
“algo malo”, pero el cangrejo, mi viejo, no te lo nombra nadie. Y ahí fue
cuando sale a relucir lo del viejo Casale. El viejo Casale era el viejo del
Cabezón Casale, un pibe que siempre venía al boliche y que durante años vino
a la cancha con nosotros pero que ya para ese entonces se había ido a vivir
al norte, a Salta creo, lo vi hace poco por acá, que estaba de paso. Y ahí
fue que nos acordamos de que un día, en la casa del Cabezón, el viejo había
dicho que él nunca, pero nunca, lo había visto perder a Central contra Ñul.
Me acuerdo que nos había impresionado porque ese tipo era un privilegiado del
destino. Aunque al principio vos te preguntás “¿Cómo carajo hizo este tipo
para no verlo perder nunca a Central contra Ñul? ¿Qué mierda hizo? Este coso
no va nunca a la cancha”. Porque, oíme alguna vez lo tuviste que ver perder,
a menos que no vayás a los clásicos. Y ojo que yo conozco muchos así, que se
borran bien borrados de los clásicos. O que van en Arroyito, pero que a la
cancha del Parque no van en la puta vida. Y me acuerdo que le preguntamos
eso al viejo y el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El iba siempre, un
fana de Central que ni te cuento, pero se había dado, qué sé yo, una serie de
casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Ñul él no pudiera
ir por un montón de causas que ni me acuerdo. Que estaba de viaje por
Misiones —el viejo era comisionista—; que ese día se había torcido un tobillo
y no podía caminar, que estaba engripado, que le dolía un huevo, qué sé yo,
en fin, la verdad, hermano— que el viejo la posta posta era que nunca le
había tocado ver un partido en que la lepra nos hubiera roto el orto. Era un
privilegiado el viejo y además, un talismán, querido, porque así como hay
tipos mufa que te hacen perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos
los llevás es número puesto que tu equipo gana. No es joda. Y el viejo Casale
era uno de éstos, de los ojetudos.
Entonces ahí nos dijimos “Este
viejo tiene que estar en el Monumental contra Ñubel. No puede ser de otra
forma. Tiene que estar”... Claro, dijimos, seguro que va a estar, si es fana
de Central, canalla a muerte. Pero nos agarró como la duda viste? porque
nosotros no era que lo veíamos todos los días al viejo, te digo más, desde
que el Cabezón se había ido al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos
vuelto a ver ni en la cancha, ni en la calle ni en ninguna parte. Además, el
viejo ya estaba bastante veterano porque debía tener como ochenta pirulos por
ese entonces. Bah, en realidad ochenta no, pero sus sesenta, sesenta y cinco
años los tenía por debajo de las patas.
Entonces, con el Valija, el
Colorado y el Miguelito decimos “vamos a la casa del viejo a asegurarnos que
va y si no va lo llevamos atado”. Porque también podía ser que el viejo no fuera
porque no tuviera guita, qué sé yo. Nosotros ya habíamos pensado en hacer una
rifa a beneficio, una kermesse, cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era
una bandera, un cheque al portador.
La cuestión es que vamos a la
casa y... ¿a qué no sabés con lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del
bobo y que el médico le había prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá
vos. Nos sale con eso. Que no. Que había tenido un infarto en no sé qué
partido, en un partido de mierda después que una pelota pegó en un palo, que
había estado muerto como media hora y lo habían salvado entre los indios con
respiración artificial y masajes en el cuore, que no había clavado la guampa
de puro pedo y que le había quedado tal cagazo que no había vuelto a ir a la
cancha desde hacía ya, mirá lo que te digo, dos años.
¡Hacía dos años que no iba a la
cancha el viejo ese! Y no era sólo que él no quería ir sino que el médico y,
por supuesto, la familia, le tenían terminantemente prohibido ir,
lógicamente. No sé si no le prohibían incluso escuchar los partidos por
radio, no sé si no se lo prohibían, para que no le pateara el bobo, porque
parece que el viejo escuchaba un pedo demasiado fuerte y se moría, tan jodido
andaba. Vos le hacías ¡Uh! en la cara y el viejo partía. ¡Para qué! Te imaginás
nosotros, la desesperación, porque eso era como un presagio, un anuncio del
infierno, hermano, era un preanuncio de que nos iban a hacer cagar en Buenos
Aires, mi viejo. Entonces empezamos a tratar de hacerle la croqueta al viejo,
a convencerlo, a decirle “Pero mire, don Casale, usted tiene que estar, es
una cita de honor ¡Qué va a estar mal usted del cuore, si se lo ve cero
kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo que lo jodía Miguelito— ¿cuántos
polvos se echa por día? usted está hecho un toro”. Pero el viejo, ni mierda,
en la suya. Que no y que no.
Le decíamos que el partido iba a
ser una joda, que Ñubel tenía un equipo de mierda y que ya a los quince
minutos íbamos a estar tres a cero arriba, que el partido era una mera
formalidad, que el gobierno ya había decidido que tenía que ganar Central
para hacer feliz a mayor cantidad de gente. No sé, no sé la cantidad de
boludeces que le dijimos al viejo para convencerlo. Pero el viejo nada, una
piedra el hijo de puta. Para colmo ya habían empezado a rondar la mujer del
viejo, madre del Cabezón, y una hermana del Cabezón, que querían saber qué
carajo queríamos decirle nosotros al vicio en esa reunión, porque medio que
ya se sospechaban que nosotros no íbamos para nada bueno. En resumen que el
viejo nos dijo que no, que ni loco, que ni siquiera sabía si iba apoder
resistir la tensión de saber que se jugaba el partido, aun sin escucharlo.
Porque el viejo los diarios los leía, tan boludo no era, y sabía cómo venía
la mano, cómo era la cosa, cómo formaban los equipos, suplentes, historial,
antecedentes, chaquetillas, color, todo. Nos dijo más. “Ese día —nos dijo—
bien temprano, antes de que empiecen a pasar los camiones y los ómnibus con
la gente yendo para Buenos Aires, yo me voy a la quinta de un hermano mío que
vive en Villa Diego”. No quería escuchar ni los bocinazos el viejo. “Me voy
tempranito a lo de mi hermano, que a mi hermano le importa un sorete el
fútbol, y me paso el día ahí, sin escuchar radio ni nada”. Porque el viejo
decía y tenía razón, que si se quedaba en la casa, por más que se encerrara
en un ropero, algo iba a oír, algún grito, algún gol, alguna cosa iba a oír,
pobre desgraciado, y se iba a quedar ahí mismo seco en el lugar. Así que se
iba a ir a radicar en la quinta de ese hermano que tenía, para borrarse del
asunto.
Muy bien, muy bien. Te digo que
salimos de allí hechos bosta porque veíamos que la cosa venía muy mal. Casi
era ya un dato seguro como para decir que éramos boleta. Para colmo, al
Valija, el día anterior le había caído una tía del campo y él se acordaba
que, en un partido que perdimos con San Lorenzo, esa misma tía le había
venido el día antes. Era un presagio funesto el de la tía.
Fue cuando decidimos lo del
secuestro. Nos fuimos al boliche y esa noche lo charlamos muy seriamente. El
Dani decía que no, que era una barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en
el viaje, o en la cancha, y después se iba a armar un quilombo que íbamos a
terminar todos en cana y que, además, eso sería casi un asesinato. Pero al
Dani mucha bola no le dimos porque ha sido siempre un exagerado y más que un
exagerado, medio cagón el Dani. Pero nosotros estábamos bien decididos y más
que nada por una cosa que dijo el Valija: el viejo estaba diez puntos. Había
tenido un infarto, es cierto. Pero hay miles de tipos que han tenido un
infarto y vos los ves caminando tranquilamente por la yeca y sin hacer tanto
quilombo como este viejo pelotudo, con eso de meterse adentro de un ropero, o
no ir a la cancha, o dejar que te rigoree la familia como la esposa y la otra,
la hermana del Cabezón. Por otra parte, y vos lo sabés, los médicos son unos
turros pero unos turros que se ve que lo querían hacer durar al viejo mil
años para sacarle guita, hacerle experimentos y chuparle la sangre. Y además,
como decía el Miguelito y eso era cierto, vos lo veías al viejo y estaba
fenómeno. Con casi sesenta años no te digo que parecía un pendejo pero
andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se sentaba, qué sé yo, se movía.
¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con Cinzano y el viejo se mandó su
medidita, no te digo un vasazo pero su medidita se mandó. La cosa es que el
Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy, no me parece descabellada
¡El viejo era un turro, hermano! Un turrazo que especulaba con el fato del
bobo para pasarla bien y no laburarla nunca más en la vida de Dios. Con el
sover del bobo no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo de rey y —la tenía a la
vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él —viviendo como un bacan, el
viejo. Y... ¿de qué se privaba? De algún faso; que no sé si no fasearía
escondido; y de no ir a la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía como
Carolina de Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el
Colorado se resolvió todo.
El Colorado nos habló de los grandes
ideales, de nuestra misión frente a la sociedad, de nuestro deber frente a
las generaciones posteriores, los pendejos. Nos dijo que si ese partido se
perdía, miles y miles de pendejos iban a sufrir las consecuencias. Que, para
nosotros y eso era verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos
jugados, que habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos
experiencias en malos ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de
Central, ésos, iban a tener de por vida una marca en sus vidas que los iba a
marcar para siempre, como un fierro caliente. Que las cargadas que iban a
recibir esos pibes, esas criaturas, en la escuela, los iban a destrozar, les
iban a pudrir el bocho para siempre, iban a ser una o dos generaciones de
tipos hechos bolsa, disminuidos ante los leprosos, temerosos de salir a la
calle o mostrarse en público. Y eso es verdad, hermano, porque yo me acuerdo
lo que eran las cargadas en la escuela primaria, sobre todo.
Yo me acuerdo cuándo perdimos
cinco a tres con la lepra en el Parque después de ir ganando dos a cero,
cuando se vendió el Colorado Bertoldi, que todavía se estará gastando la
guita, y te juro que yo por una semana no me pude levantar de la cama porque
no me atrevía a ir a la escuela para no bancarme la cargada de los lepra. Los
pibes son muy hijos de puta para la cargada, son muy crueles. ¿No viste cómo
descuartizan bichos, que agarran una langosta y le sacan todas las patas? Son
unos hijos de puta los pibes en ese sentido. Y lo que decía el Colorado era
verdad. Ahora todo el mundo habla de la deuda externa, y bueno, hermano, eso
era algo así como lo de la deuda externa, que por la cagada de cuatro
reverendos hijos de puta que empeñaron el país, la tenemos que pagar todos y
los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si estaba en nosotros hacer algo
para que eso no pasara, había que hacerlo, mi querido. Además, como decía el
Colorado, ya no era el problema de la cargada de los pendejos futbolistas,
está también el fato del exitismo. Los pibes ven que gana un equipo y se
hacen hinchas de ese equipo, son así, casquivanos. Son hinchas del campeón.
Entonces, ponele que hubiese ganado Ñubel y... ¡a la mierda! ... de ahí en
más todos los pibes se hacían de Ñubel, ponele la firma. Y no te vale de nada
llevarlos a la cancha, conversarlos, hablarles del Gitano Juárez o el Flaco
Menotti, ni comprarles la camiseta de Central apenas nacen. No te vale de
nada. Los pendejos ven que sale River campeón y son de River. Son así. Y en
ese momento no era como ahora que, mal que mal, vos los llevás al Gigante y
los pibes se caen de culo. Entonces, cuando van al chiquero del Parque, por
mejor equipo que pueda tener Ñul, los pibes piensan “Yo no puedo ser hincha
de esta villa miseria” y se hacen de Central. Porque todo entra por los ojos
y vos ves que ahora los pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o
a Ñul y ya se hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época, los
pendejos son más materialistas, yo no sé si es la televisión o qué, pero la
cosa es que se van de boca con los edificios.
Entonces la cosa estaba clara,
había que secuestrar al viejo Casale, o sino aguantarse que quince, veinte
años después, hoy por ejemplo, la ciudad estuviese llena de leprosos nacidos
después de ese partido, y esto hoy ¿sabés lo que sería? Beirut sería un
poroto al lado de esto, hermano te juro.
El que organizó la “Operación
Eichmann”, como lo llamamos, fue el Colorado. La llamamos así por ese general
alemán, el torturador, que se chorearon de acá una vez los judíos ¿viste? y
lo nuestro era más o menos lo mismo. El Colorado es un tipo muy cerebral, que
le carbura muy bien el bocho y él organizó todo. El Colorado ya no estaba para
ese entonces en la O.C.A.L.. La O.C.A.L., no sé si sabés es una organización
de acá, de Rosario, que se llama así porque son iniciales, O.C.A.L
“Organización Canalla Anti Lepra”. Son un grupo de ñatos como el
Ku-Klux-Klan, más o menos, que se reúnen en reuniones secretas y no sé si no
van con capucha y todo a las reuniones, o si queman algún leproso vivo en
cada reunión. Mirá yo no sé si es requisito indispensable ser hincha de
Central, pero seguro seguro, lo que tenés que hacer es odiar a los lepra.
Tenés que odiar más a los lepra que lo que querés a Central.
Hacen reuniones, escriben el
libro de actas, piensan maldades contra los lepra, festejan fechas patrias de
partidos que les hemos ganado, tienen himnos, son como esos tipos los masones
esos, que nadie sabe quiénes son. Andan con antorchas. Bueno, de la O.C.A.L.,
de la O.C.A.L. al Colorado lo echaron por fanático, con eso te digo todo pero
es un bocho el Colorado y él fue el que organizó todo el operativo.
Y te la cuento porque es linda,
te la cuento porque es linda, no sé si un día de estos no aparece en el
“Selecciones” y todo. Averiguamos qué ómnibus iba para Villa Diego, adonde
tenía la quinta el hermano del viejo Casale. Desde donde vivía el viejo, ahí
por San Juan al mil cuatro cientos, lo único que lo dejaba en ese entonces,
si mal no recuerdo, era el 305 que pasaba por la calle San Luis. O sea que el
viejo tenía que tomarlo en San Luis-Paraguay o San Luis-Corrientes, no más
allá de eso a menos que fuera muy pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño
que no sé para qué mierda iba a hacer eso. Ahora, la duda era si el viejo se
iba a ir en ómnibus o en auto, porque si se iba en auto nos recagaba, pero
nos jugábamos a que se iba a ir en ómnibus porque auto no tenía y seguro que
el hermano tampoco tenía porque debía ser un muerto de hambre como él,
seguramente. Y te digo que la cosa venía perfecta, porque el viejo nos había
dicho que iba a salir bien temprano para no infartarse con las bocinas o sea
que nosotros podíamos combinarlo con el horario de salida nuestra para el
partido. Porque también nos cagaba si salía a la una de la tarde para Villa
Diego porque después ¿cómo llegábamos nosotros a Buenos Aires para la hora
del partido con el quilombo que era la ruta y en un ómnibus de línea? Lo más
probable es que nos hiciéramos pelota en el camino por ir a los pedos. Y por
otra parte, hermano, Villa Diego queda saliendo para Buenos Aires o sea que
la cosa estaba clavada, era posta posta.
Después hubo que hablar con los
otros muchachos, porque convencer al Rulo no nos costó nada, a él le daba lo
mismo y, además, le contamos los entretelones del asunto. Te digo que el Colorado
manejó la cosa como un capo, un maestro. El asunto era así, el Rulo es un
fana amigo de Central que tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y
en esa época tenía un par de coches en la línea 305. Fue un ojete así de
grande, porque si no teníamos que conseguir otro coche, cambiarle el color,
pintarlo, qué sé yo, ponerle el número, un laburo bárbaro. Pero el Rulo tenía
dos 305 y con uno de ésos ya tenía pensado pirarse para el Monumental el día
del partido y más bien que se llevaba como mil monos que también iban para
allá. Lo sacaba de servicio y que se fueran todos a la reputísima madre que
los parió, no iba a perderse el partido ese.
Entonces, el Rulo, con los monos
arriba y nosotros, tenía que estar con el ómnibus preparado, el motor en
marcha, por España, estacionado. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando
un café, justo en un boliche de ahí cerca desde donde veían la puerta de la
casa del viejo Casale. Creo que a las cinco, nomás, de la matina, ya estaba
el Miguelito apostado en el boliche haciéndose el boludo y junando para la
casa del viejo. Te juro que ni los tupamaros hubieran hecho un operativo como
ése, hermano. Fue una maravilla.
Apenas vio que salía el viejo con
una canastita donde seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso, el
pobre viejo, el Miguelito cazó una Vespa que tenía en ese entonces, dio la
vuelta a la manzana y nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de
atrás, detrás de los últimos asientos y nos pusimos en marcha.
Ya les habíamos dicho a tres o cuatro
pendejos, de esos quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sotas,
que no dijeran ni media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros
también, para que no nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos
traseros, haciéndonos los dormidos, incluso con la cara tapada con algún
pulóver, como si nos jodiera la luz, o con algún piloto.
Te digo que el día había
amanecido frío y lluvioso, como la otra fecha patria, el 25 de Mayo. Además,
el quilombo había sido guardar y esconder todas las banderas, las cornetas,
las bolsas con papelitos, los termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba
una bandera de la gran puta que medía 52 metros ¡52 metros, loco! Media
cuadra de bandera que decía “Empalme Graneros presente” y tuvimos que meterla
debajo de un asiento para que el viejardo no la vichara.
La cosa es que el viejo subió
medio dormido y se sentó en uno de los asientos de adelante que ya habíamos
dejado libre a propósito para que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró
boleto y todo. Y nadie se hablaba como si no nos conociéramos. Y como el
ómnibus iba haciendo el recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando
por la ventanilla. La cuestión es que llegamos a Villa Diego y el viejo
tranquilo. Cada tanto, cuando nos pasaba algún auto con banderas en el techo,
tocando bocina, el viejo miraba a los que tenía cerca y movía la cabeza como
diciendo “¡Mirá vos!”.
Se ve que tenía unas ganas de
hablar pero nadie quería darle mucha bola para no pisarse en una de ésas. Así
que nos hacíamos todos los dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro
de ese ómnibus hermano. Como cuando se muere algún ñato ¿viste? que se queda
a apoliyar en el auto con el motor prendido y lo hace cagar el monóxido de
carbono, creo. Bueno, así parecía que a nosotros nos había agarrado el
monóxido de carbono. Pero, cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se
levanta y le dice al Rulo “En la esquina, jefe.”. Y yo no sé qué le dijo el
Rulo, algo de que ahí no se podía parar, que estaba cerrado el tráfico, que
había que seguir un poco más adelante y el viejo se la comió, pero se quedó
paradito al lado de la puerta. Al rato, por supuesto, de nuevo el viejo, “En
la esquina”. Ahí ya el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos.
Y ahí, hermano... ¡vos no sabés lo que fue eso! Fue como si nos hubiésemos
puesto todos de acuerdo y te juro que ni siquiera lo habíamos hablado.
Empezaron los muchachos a desplegar las banderas, a sacar las cornetas y las
banderas por la ventana, y a los gritos, hermano, “¡Soy canalla, soy
canalla!” por las ventanas.
Pero no para el lado del viejo,
el pobre viejo, que la cara que puso no te la puedo describir con palabras,
sino para afuera, porque los grones, con lo quilomberos que son, se habían
ido aguantando hasta ahí sin gritar ni armar quilombo para no deschavarse con
el viejo, pero cuando llegó el momento agarraron las banderas, empezaron a
sacar los brazos y golpear las chapas del costado del ómnibus y también el
Rulo empezó a seguir el ritmo con la bocina.
¿Viste esas películas de cowboy,
cuando los choros van a asaltar una carreta donde parece que no hay nadie, o
que la maneja nada más que un par de jovatos y de golpe se abren los costados
y aparecen 17.000 soldados que los cagan a tiros? ¿Que levantan la lona y
estaban todos adentro haciéndose los sotas? Bueno, ese ómnibus debió ser algo
así. De golpe se transfonnó en un quilombo, un escándalo, una de gritos, de
bocinazos, cornetas, una joda. ¡Y la gente al lado de la ruta! Porque desde
la madrugada ya había gente a los costados de la ruta esperando que pasaran
las caravanas de hinchas. Era para llorar, eso, conmovedor, te saludaban,
gritaban, levantaban los puños, por ahí algún lepra, a las perdidas, te
tiraba un cascotazo... Pero vuelvo al viejo, el viejo, no sabés la caripela que
puso. Porque nosotros lo estábamos mirando porque decíamos: éste es el
momento crucial. Ahí el viejo o cagaba la fruta, el corazón se le hacía
bosta, o salía adelante. El viejo miraba para atrás, a todos los monos que
saltaban y cantaban y no lo podía creer. Se volvió a sentar y creo que hasta
San Nicolás no volvió a articular palabra. Te digo que el Rábano, el hijo de
la Nancy ya se había ofrecido a hacerle respiración boca a boca llegado el
caso, que era algo a lo que todos, mal que mal, le habíamos esquivado el
bulto porque, qué sé yo, te da un poco de asco, además con un viejo.
Pero mirá, te la hago corta.
Mirá, cuando el viejo ya vio que no había arreglo, que no había posibilidad
de que lo dejáramos bajar del ómnibus, se entregó, pero se entregó entregó.
Porque, al principio, nosotros nos acercamos y nos reputeó, nos dijo que
éramos unos irresponsables, unos asesinos, que no teníamos conciencia, que
era una,vergüenza, qué sé yo todo lo que nos dijo. Pero después, cuando
nosotros le dijimos que él estaba perfecto, que estaba hecho un toro, que si
se había bancado la sorpresa del ómnibus quería decir que ese cuore se podía
bancar cualquier cosa, empezó a tranquilizarse. El Colorado llegó a decirle
que todo era una maniobra nuestra para demostrarle que él estaba
perfectamente sano y que incluso el médico estaba implicado en la cosa.
Mirá hermano, y creéme porque es
la pura verdad ¿qué intención puedo tener en mentirte, hoy por hoy? Mucho
antes ya de entrar en Buenos Aires ese viejo era el más feliz de los mortales,
te lo digo yo y te lo juro por la salud de mis viejos. El viejo cantaba,
puteaba, chupaba mate, comía facturas, gritaba por la ventana y a la cancha
se bajó envuelto en una bandera. No había, en la hinchada, un tipo más feliz
que él. Vino con nosotros a la popu y se bancó toda la espera del partido,
que fue más larga que la puta que lo parió y después se bancó el partido.
Estaba verde, eso si, y había momentos en que parecía que vos lo pinchabas
con un alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo relojeaba a cada
momento. Y después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo busqué porque fue tal
el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la mandó adentro que yo ni sé por
dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas
cosas. Pero después miré para el lado del viejo y lo vi abrazado a un
grandote en musculosa casi trepado arriba del grandote, llorando. Y ahí me
dije: si éste no se murió aquí, no se muere más. Es inmortal. Y después ni me
acordé más del viejo, que lo que alambramos, lo que cortamos clavos, los
fierros que cortamos con el upite, hermano, ni te la cuento. Eso no se puede
relatar, hermano, porque rezábamos, nos dábamos vueltas, había gente que se
sentaba entre todo ese quilombo porque no quería ni mirar. Porque nos cagaron
a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la tenían siempre ellos y
¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Qué si nos empataban nos ganaban,
hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos de puta! ¡Nos
empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a hacer refusilar el orto
porque estaban más enteros y se venían como un malón los guachos! ¡Qué manera
de alambrar! Decí que ese día, Dios querido, yo no sé que tenía el flaco
Menutti que sacó cualquier cosa, sacó todo, vos no quieras creer lo que sacó
ese día ese flaco enclenque que parecía que se rompía a pedazos en cada
centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos todos
adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al
flaco ése ¡qué pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban
cinco minutos y si nos empataban, te repito, éramos boleta en el
suplementario. Me acuerdo que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco,
pálido, con los ojos desencajados, pobrecito, pero vivo. Y ahora yo te digo,
te digo y me gustaría que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una
hijaputez lo que hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno
de esos turritos me contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al
viejo Casale cuando el referí dio por terminado el partido, hermano. Que
alguno me diga si, de puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo
cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que
no se puede describir en palabras. Te digo que me gustaría que alguien me
diga si alguien lo vio como lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese viejo,
hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga
si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te
puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida,
pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría
que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo
como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que
todos pensamos; “Qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre!
¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para
qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo,
adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale
morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al
aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de
los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro,
lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa,
hermano! Yo elijo ésa.
en Nada del otro mundo y otros cuentos, 1987
Fuente: http://www.negrofontanarrosa.com/publica/cuentos/fp_cn.asp |
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